El director viajero
A Wim Wenders le gusta abandonar el camino marcado, pero sin dejar de ir en busca de sus historias. Retrato del gran director alemán.
Hace dos años celebró su 65 cumpleaños en el cine berlinés Arsenal. Se esperaba que diera un pequeño discurso en el que pasara revista a su vida, pero no fue así. El título que le dio despertó el interés de los presentes: “65 razones para estar agradecido”. Wenders hizo un repaso de su trayectoria hasta el momento con una ironía no forzada y una firme seriedad. No obstante, lo hizo hablando de otros; personas que había encontrado a lo largo de su vida y que le habían marcado de alguna manera. Hizo reverencia a propietarios de cines desconocidos que le habían dado a conocer en provincias el cine del género americano y el cine artístico europeo. Le dio las gracias a Henri Langlois, el fundador de la Cinémathèque française de París; a los directores y jurados de festivales que han supuesto grandes hitos en su carrera. A algunas personas les dio las gracias varias veces, por ejemplo, al escritor Peter Handke, que fue el primero (¡y el único!) que compró un cuadro del joven pintor promesa Wim Wenders y que después se convertiría en su guionista más importante.
Al final, Wenders solo pudo leer una mínima parte del discurso de agradecimiento. Los encuentros, descubrimientos y experiencias de las que hablaba significaban demasiado para él como para hacer un rápido repaso. Recibieron el peso y el ritmo que se merecían, y él demostró ser un hábil y divagador narrador de anécdotas. El público le seguía a pie juntillas y se consoló del hecho de quedarse sin escuchar las últimas 30 razones con la esperanza de que algún día se pudiese leer todo el discurso; si bien la lectura no sería tan divertida como el discurso de Wenders. Al final de la velada solo quedó tiempo para un cortometraje. Nadie se lamentó.
El periplo de Wenders por su propia vida correspondía al don del director para divagar sin que la narración pierda su centro. Aparte de ello, se comportó en consonancia con su biografía. Una y otra vez abandonó el camino marcado de manera productiva. El director nació en Düsseldorf en 1945, su padre era médico y recibió una educación católica, llegando a plantearse el ingresar en el seminario para curas. En lugar de ello, empezó a estudiar Medicina, a lo que pronto se sumarían Filosofía y Sociología. En realidad lo que más hacía era pintar, así que se fue a París, donde quería aprender a dibujar. Sin embargo, allí cayó bajo el embrujo de los pequeños cines de barrio, en los que calcula que tan solo en 1965 debió de ver más de 1000 películas.
El discurso destaca en otro aspecto. Su lema es el sentimiento de una orgullosa obligación de aportar. El director Wenders es en primera línea un gran admirador: de sus actores y técnicos, de quienes le han acompañado en su camino y de sus ídolos. Su mirada va más allá del cine y abarca todas las artes. Son sobre todo músicos a los que rinde pleitesía. Una de sus primera películas está dedicada a John Coltrane; Chuck Berry tiene una actuación especial en “Alicia en las ciudades”; con “Buena Vista Social Club” contribuyó a popularizar el son cubano en todo el mundo y con “Historia de Lisboa” dio a conocer en Alemania al grupo portugués Madredeus; al grupo de culto de Colonia BAP le ha erigido un monumento en un documental. Su película más reciente “Pina” es una prolongación de esa línea en su carrera y, al mismo tiempo, su cúspide. Es la documentación de una amistad, de una afinidad, que une a diferentes disciplinas artísticas. El análisis de la obra de la coreógrafa Pina Bausch parece haber recordado a Wenders que, para él, el cine es el arte del silencio y el movimiento en el espacio. Cuando empezaron a trabajar juntos, ninguno sabía que este trabajo se convertiría en un réquiem a la gran bailarina. Tras su repentina muerte, el director tuvo que llenar el vacío que dejaba. Y lo hizo lleno de consideración y respeto. El eslogan publicitario de “Pina” cita a su protagonista: “Bailad, bailad. Si no estamos perdidos”. El arte es un pertinaz elixir de la vida, interpone un recurso contra la muerte.
Desde un principio, Wenders desempeñó un papel especial entre los representantes del “nuevo cine alemán”, cuyas películas recorrieron el mundo en los años 1970. Le faltaba la fuerza melodramática y la implacabilidad histórica de Rainer Werner Fassbinder, la rigurosidad intelectual de Alexander Kluge o la ambición metafísica de Werner Herzog. Su estilo es, sin duda, tan inconfundible como original. En lugar de una trama construida de la manera convencional, en sus películas aparece la riqueza de los humores y las observaciones. Sus primeros éxitos, como “Alicia en las ciudades” o “En el transcurso del tiempo”, bosquejan con sus historias íntimas, privadas, la imagen de una Alemania que busca sus raíces y su futuro treinta años después del final de la guerra. Los primeros héroes de Wenders buscaban una libertad que se encontraba con mayor facilidad en una desasosegada soledad. Recogen la herencia del romanticismo iniciando viajes que llevan hacia dentro y hacia afuera. La libertad y el hogar les parecen estar en una insalvable contradicción, se ven impulsados a partir hacia lo desconocido. En ellos se refleja el espíritu viajero del director, que teme que el permanecer en un sitio paralice su fantasía. Para él, un director es ante todo un soñador y un viajero: tiene que salir al encuentro de sus historias.
No es una casualidad que la primera empresa de producción propia de Wenders se llamara “Road Movies”. Los lugares, dice, le cuentan historias. Algunos críticos opinan que los paisajes son a menudo lo más interesante de sus películas. Con frecuencia, la cámara permanece durante un largo tiempo mostrando el escenario una vez que los personajes han salido de escena. Esto es aún más patente en el trabajo de Wenders como fotógrafo. La fotografía pasó de ser un instrumento de investigación y de búsqueda de localizaciones a convertirse en una forma de expresión independiente. Los paisajes (urbanos) que fotografía suelen ser lugares deshabitados, que han sido abandonados. Wenders busca en estas imágenes pureza, una paradoja pristinidad. Estados Unidos es su destino anhelado tanto en sus películas como en la vida real. Los cuadros de Edward Hopper han dejado huellas evidentes en su cine. Sus películas están fascinadas por la sublimidad de los paisajes, sus amplios y despejados horizontes y los mares de luces de las ciudades. “París, Texas” es un puro homenaje a la resplandeciente luz del sol en los desiertos. Pero en esta película, EE. UU. ya no es la tierra prometida ni un reencontrado jardín del Edén. El director ha aprendido que la movilidad ilimitada no es exactamente lo mismo que la libertad. Conoce bien el país puesto que ha vivido en él durante dos largas temporadas.
En una de las primeras películas de Wenders se decía que los ojos no se pueden comprar. Pero quizás se pueda ser merecedor de ellos. Este director lucha contra la corrupción de las imágenes. Se resiste al poder de la sugestión de los superventas de Hollywood que prescriben al espectador lo que tiene que sentir. Wenders rueda imágenes que son deliberadamente no agresivas. Su composición deja al espectador espacio; el ritmo al que se suceden le inspira a la reflexión. En este sentido se sitúa dentro de la tradición del cine de autor europeo. Su obra resplandece entre el respeto a la historia cinematográfica y la apertura de cara a los cambios estéticos. Wenders confronta el presente con una gran curiosidad. Está abierto a las innovaciones. “Alicia en las ciudades” es la primera película en la que se hace uso de la fotografía con Polaroid, en aquel entonces recién salida de fábrica. En “Hammett” experimenta con grabaciones electrónicas. “Buena Vista Social Club” es la primera película documental rodada por completo en digital. En “Pina”, Wenders se adentra ahora en el cine 3D con una curiosidad llena de fascinación y escepticismo.
Muchos críticos consideran que esta película, la más bella que se haya rodado hasta ahora con esta tecnología, es el argumento más convincente de que esta no va a ser solo una moda pasajera. Hacía 20 años que el director quería rodar una película con y sobre Pina Bausch, pero no tuvo la sensación de poder hacer honor a su trabajo hasta que no se produjo este avance en la fotografía estereoscópica. El director celebra el arte de la coreógrafa no solo sobre el escenario, sino que también lo traslada a las calles de su ciudad, Wuppertal, al tren suspendido y a una antigua mina de carbón. Wenders hace que el espacio cinematográfico dance. A muchos críticos les sorprendió que el director hubiera asumido ese imponderable riesgo estético. Pero Wim Wenders siempre ha sabido sorprender con el hecho de seguir siendo fiel a sí mismo.
Gerhard Midding es periodista cinematográfico, en Berlín. Trabaja para diversos periódicos y revistas especializadas, así como para televisión y radio, además de haber colaborado en numerosos libros sobre cine.