“Hacer más justo el mundo”
Lucha por los derechos humanos y construye puentes entre Alemania y América Latina: la abogada Mariela Morales Antoniazzi.
Mariela Morales Antoniazzi estudió derecho, es defensora de los derechos humanos y luchó contra la corrupción en su país natal, Venezuela, como gobernadora encargada del estado de Aragua. Llegó a Alemania en 1998 con una beca del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) y permaneció en el país. Desde 2006 es investigadora del Instituto Max Planck de Derecho Público Internacional y Derecho Público Comparado (MPIL), en Heidelberg, responsable para Latinoamérica.
Sra. Morales Antoniazzi, usted trabaja desde hace muchos años a favor de los derechos humanos. ¿Dónde estamos hoy, más de 70 años después de la adopción de la Declaración Universal de Derechos Humanos?
Para mí, el vaso está más medio lleno que medio vacío. Hemos logrado mucho. Los derechos humanos están establecidos y han sido regulados en acuerdos. Tenemos normas que son vinculantes y que todo el mundo puede invocar. No obstante, todavía existe una enorme brecha entre los textos y la realidad, una brecha que debe ser cerrada. Además, populistas y nacionalistas pisotean los derechos humanos. Por lo tanto, debemos exigir el cumplimiento de esos derechos y simultáneamente defenderlos. No son un sobreentendido.
Actualmente experimentamos, debido a la pandemia del coronavirus, restricciones a las libertades personales y a los procesos democráticos en todos lados. ¿Qué tan peligroso considera ese hecho?
Las medidas deben ser proporcionadas, pero hasta cierto punto son necesarias, porque la protección de la salud es también un valioso bien. Por supuesto, no debe permitirse que las restricciones se mantengan de forma permanente. Sin embargo, mucho más decisivo es para mí que la pandemia ha mostrado muy claramente lo desigual que sigue siendo el mundo. Los más afectados por la crisis son los más débiles: ancianos y pobres, migrantes, mujeres, trabajadores del sector informal, indígenas. El coronavirus ha exacerbado muchos problemas y los ha hecho visibles como bajo una lupa.
¿Qué significa eso para usted?
Que debemos hacer del mundo un lugar más justo. Los derechos sociales y económicos siempre han sido descuidados un poco. La libertad de expresión, las elecciones, la independencia del poder judicial son todos elementos básicos de cualquier democracia que funcione. Pero eso no es suficiente: debemos trabajar mucho más para superar las divisiones en las sociedades y salvaguardar los derechos sociales fundamentales, tales como la salud, el trabajo y la educación. Van de la mano con los derechos políticos y son inseparables de ellos. El coronavirus ofrece una buena oportunidad para ello.
¿Usted ve el coronavirus como una oportunidad para los derechos humanos? En realidad, se sospecharía lo contrario.
Exacto. Veo la pandemia como una oportunidad para acelerar la implementación de los derechos sociales y económicos. Podemos utilizar esta crisis para crear más justicia, más inclusión, más protección de la salud. Los paquetes de estímulo económico que se están poniendo en práctica en todas partes, los fondos que se están reasignando, ofrecen una buena oportunidad para hacerlo. O permítame decirlo de esta manera: con el lenguaje de los derechos humanos pueden encontrarse mejores respuestas a la crisis.
Usted escribió que América Latina es la región más injusta del mundo. ¿Sigue siendo cierto, incluso después de años de crecimiento económico?
Sigue siendo así. La diferencia entre ricos y pobres no es tan grande en ningún otro lado. En América Latina hay pobreza extrema: más de la mitad de los adultos no tienen un trabajo fijo, ni ingresos estables, ni están asegurados. Así era antes de la pandemia y ahora lo es aún más. Además, hay millones de migrantes y refugiados. Los índices de violencia son altos: casi un tercio de todos los asesinatos en el mundo se cometen en América Latina.
¿No obstante, sigue siendo optimista?
Nunca pierdo la esperanza. Por supuesto, tenemos muchos problemas y desafíos. Sé que los derechos humanos no pueden lograrse de golpe, sino que se necesitan muchos pasos, a veces pequeños. Lo veo ahora, por ejemplo, en Chile Perú y Bolivia. Se trata de un cambio constante, de un proceso de transformación. Y en medio de él nos hallamos.
¿Cómo ve la situación en su propio país, Venezuela?
La situación es muy difícil, política, económica y socialmente. La gente no tiene agua, ni comida, ni educación, ni atención médica, ni trabajo. Se trata de una crisis multidimensional que abarca todas las áreas. La democracia en Venezuela está muy lejana, porque el Gobierno lo controla todo. Venezuela fue durante mucho tiempo una democracia inestable, ahora es una dictadura. Desearía que la comunidad internacional ejerciera más presión.
¿Cómo ve su papel personal en esa lucha por más justicia?
Para mí, la ciencia conlleva siempre también una responsabilidad social. Por eso, para mí es particularmente importante promover a través de mi trabajo el pluralismo, el diálogo y la inclusión. Lo hago a través de mis investigaciones, mis libros, pero también a través de coloquios y una red que fundé en el marco del Instituto Max Planck. Me considero un doble embajadora: aquí defiendo los intereses de América Latina, en América Latina presento la visión de Alemania y Europa.
Si la situación en su país lo permitiera, ¿regresaría a Venezuela?
No, aquí he encontrado un segundo hogar. Por supuesto, extraño a mi familia en Venezuela. Pero puedo hacer más desde aquí, en esta posición especial en el Instituto Max Planck. Siempre ha sido mi objetivo principal proteger los derechos humanos y tender puentes entre Alemania y América Latina. Eso es exactamente lo que puedo hacer aquí.
¿Qué es lo que más valora de Alemania y qué menos?
Alemania es un Estado social, con valores y derechos democráticos básicos. Aquí me siento bien y segura. Lo aprecio mucho. Pero a veces tengo la impresión de que muchos alemanes ni siquiera saben qué buen país es este. Es lamentable.