Sostenibilidad en lugar de fiestas
En el Caribe de México se está creando una red de turismo sostenible con apoyo alemán.
María Dominga Cen, de Valladolid, México, es una de las pocas mujeres mayas que todavía sabe cómo hacer bolsas de sisal en un telar. Hasta hace poco, ello le había sido de poca utilidad. Pero ahora vende sus bolsos a la tienda de un museo, mejorando así los ingresos de la familia. Paula Rubio, de la start-up ambiental Camaleón, en Cancún, tuvo una idea acerca de cómo reciclar uniformes viejos de hotel e incluirlos en la economía circular. Y la chef de cocina Alejandra Treviño atrae a los turistas a la selva cerca de Tulum para enseñarles en clases de cocina la verdadera naturaleza y cocina de México.
Cómo hacer que el turismo sea sostenible es un importante tema desde que irrumpió la pandemia de coronavirus. Los proyectos en el suroeste de México con el apoyo de Alemania apuntan justamente a ese objetivo. No son proyectos fáciles en una región cuyo principal atractivo es Cancún, la ciudad de las fiestas en la costa caribeña, caracterizada por el turismo de masas, los viajes todo incluido y los parques temáticos al estilo Disneyland. En las comunidades del interior cercanas a la ciudad, la vida sigue siendo apacible, pero la población y los pequeños empresarios poco se han beneficiado hasta ahora del turismo.
Fundación, ONG y ministerio trabajan juntos
A mejorar su situación les ayuda ahora la TUI Care Foundation, una fundación del grupo de viajes TUI que apoya a la población en zonas turísticas, junto con la ONG Enpact, con sede en Berlín, que se especializa en asesorar a nuevas empresas y desarrolla programas de tutoría. En nombre del Ministerio de Cooperación Económica y Desarrollo (BMZ) de Alemania, las dos iniciativas buscaron durante la pandemia específicamente oferentes de turismo sostenible en cuatro países. “Ayudas del Estado durante la pandemia, como en Europa, rara vez existen en países en desarrollo y emergentes”, dice el BMZ sobre el proyecto. “En muchos de nuestros países socios, sin embargo, la participación del turismo en el producto interno supera los valores medios. Por eso tiene sentido que ese sector sea el foco del programa”, agrega.
Financiación de proyectos en todo el mundo
Además de la iniciativa en México, fueron apoyados proyectos en Kenia, Indonesia y Jordania. A diferencia de la “cooperación clásica para el desarrollo”, esa ayuda fluyó directamente hacia los empresarios del país sin mucha burocracia estatal ni consultas políticas. “Así ayudamos a mantener estructuras esenciales también para el turismo internacional”, dice Thomas Ellerbeck, presidente de la TUI Care Foundation.
Quienes querían participar en el programa debían cumplir una serie de condiciones: tener menos de 250 empleados, una idea de negocio innovadora y sostenible y demostrar haber sufrido pérdidas debido a la pandemia. Seleccionados fueron 105 propietarios de pequeñas empresas en México, que participaron luego en un curso de seis meses y un programa de tutoría. Posteriormente se les entregó 9.000 euros en ayudas iniciales.
La chef de cocina Treviño, por ejemplo, continuó pagando a sus siete empleados y los salvó de caer en la pobreza. Ha instalado un panel solar y una planta de tratamiento biólogico de aguas servidas y creado un huerto forestal. Allí, sus invitados acceden a conocimientos sobre la flora local y constatan lo importante que son los buenos ingredientes para un menú exitoso. “Antes de la pandemia, yo era chef de cocina. Ahora soy gestora”, dijo Treviño a los periodistas invitados a la presentación de los proyectos locales por parte de la TUI Care Foundation. Los pequeños empresarios de los mercados emergentes a menudo fracasan en los primeros años debido a los problemas de gestión. Pero el turismo sostenible, del que se benefician no solo las grandes corporaciones, sino también la población local, necesita urgentemente el desarrollo de pequeñas y medianas empresas.
La tejedora Dominga Cen tiene un fuego prendido en el patio trasero de su sencilla cabaña. En una gran olla hierven a fuego lento fibras de sisal, teñidas de amarillo con la corteza de un árbol local. Cen peina las fibras, las desenreda sujetando un extremo entre los dedos de los pies y luego las coloca en un telar de madera. Su esposo, que está en silla de ruedas debido a su diabetes, observa. “Aquí en el pueblo todos usan bolsas de plástico, ya nadie quería las bolsas viejas”, dice el hombre de 52 años. “Por eso la tradición casi se había olvidado”. Ahora, Dominga Cen lleva una docena de bolsos, carteras, cinturones y manteles cada mes al Museo de Ropa Étnica de México, en Valladolid, que vende productos de artesanía en su tienda. Una bolsa, por ejemplo, cuesta el equivalente a 12 euros. “No solo es económicamente importante para las familias, sino que también ayuda a conservar los viejos conocimientos y tradiciones”, dice la directora del museo, Tey Mariana Stiteler, que para ese proyecto recibió también ayuda en el marco del programa contra el coronavirus.
La tercera del grupo es Paula Rubio, directora de Camaleón, consultora especializada en sostenibilidad. “Me llamó la atención que los viejos uniformes de hotel casi siempre terminaban en la basura”, dice. En el punto álgido de la pandemia, Rubio desarrolló con un colega una nueva idea en una videoconferencia: “Recogimos los uniformes de una cadena hotelera local, empleamos a 20 costureras, que los usaron para hacer 850 juguetes de peluche en casa, que ahora se venden en las tiendas de los hoteles”, explica. El 70 por ciento del precio de venta se entrega a las costureras, el personal de ventas recibe una comisión y el comprador recibe un certificado con el nombre de la costurera. “Así hemos dado un paso más hacia la economía circular en el turismo”, dice Rubio con satisfacción.