Riberas del Havel – Nostalgia por la naturaleza
Pequeñas y pintorescas ciudades, paisajes culturales como Potsdam, con sus palacios, bosques y aguas, marcan la región de Riberas del Havel. Un viaje de descubrimiento ante las puertas de Berlín.
Su fama debe en gran parte la región de Riberas del Havel a los relatos de viaje del poeta Theodor Fontane. En sus famosos “Paseos por la Marca de Brandeburgo”, el escritor nacido en 1819 en Neuruppin le dedica todo un volumen. La región de Riberas del Havel es para el autor de “Effi Briest” la cuna de la Marca de Brandeburgo, incluso de Prusia. Fue Alberto el Oso quien, en 1157, reconquistó la fortaleza de Brennaburgo, llamada más tarde Brandeburgo, de manos de los eslavos y fundó la marca del mismo nombre.
El Havel, un afluente del Elba, de 334 kilómetros de largo, es un río en realidad de poca importancia. Sus fuentes se hallan en la tierra de los lagos de Mecklemburgo. Fluye hacia el sur, en dirección a Berlín, para formar luego un singular arco, en cuyo centro se halla la región de Riberas del Havel. La cuna de Brandeburgo es por lo tanto un regalo del río.
La región de Riberas del Havel es la Arcadia de Brandeburgo. En ella se hallan, por ejemplo, los palacios y jardines de Potsdam, hoy parte de la Herencia Mundial de la UNESCO. El rey prusiano Federico Guillermo II transformó las tierras de las Riberas del Havel próximas a Berlín en un paisaje de la nostalgia, llamando, por ejemplo, a la Isla de los Pavos Reales su “Tahití personal”. En Riberas del Havel se halla también Paretz, la aldea a la que solía retirarse su sucesor, Federico Guillermo III, junto con su esposa, para llevar una vida “normal”, lejos de las obligaciones de gobierno. “El viajero que, partiendo de Berlín, se dirige hacia el oeste, debe atravesar, por lo menos al comienzo de su periplo, (…) algunos parajes a los que no cabe menos que calificar de oasis”. Lo que parece un texto de un folleto turístico es la descripción que Fontane hace de Werder, la ciudad-isla en el Havel, que hasta hoy no ha perdido nada de su encanto. Particularmente en primavera, cuando echan brotes los frutales, vienen miles de visitantes a ver la maravilla de los árboles en flor.
La región de Riberas del Havel y la fruta es un capítulo aparte. Ribbeck, otra localidad que Fontane colocó en el mapa literario-turístico, es el paraíso de las peras. En su poema “El Señor de Ribbeck de Ribbeck en las Riberas del Havel”, Fontane describe la figura de un propietario de finca que siempre regalaba peras a los niños. Cuando muere, en su tumba es colocada una pera. El señor de Ribbeck debe haberlo sospechado: su sucesor era tacaño, pero como la pera en su tumba pronto se transformó en peral, los niños siguieron comiendo fruta.
En Havelberg, el Havel se encabrita por última vez, rodea la ciudad vieja y se vuelca finalmente en las aguas del Elba. Ciudades como Havelberg y Werder, paisajes culturales como los de Potsdam, pero también bosques y aguas marcan el paisaje de Riberas del Havel, en el que extensas llanuras fluviales se alternan con pintorescas aldeas.
Cuando se habla de la provincia se dice, algo despectivamente, que Brandeburgo puede considerase feliz de tener en su centro una gran ciudad como Berlín. Pero también puede vérselo al revés: aquí pudo desarrollarse una simbiosis entre la metrópoli y la región. La marca proveyó a Berlín de materiales de construcción; Berlín a la marca de turistas. Pero esa interrelación aún no tiene 200 años de antigüedad. Anteriormente, paisajes como el de Riberas del Havel no estaban considerados hermosos, sino simplemente atrasados. Desde el Romanticismo, sin embargo, los destinos turísticos dejaron de ser solo Italia, los Alpes y el “Grand Tour” y pasaron a incluir también los paseos por la naturaleza. Que la región de Riberas del Havel se cuente entre esos destinos se le debe también a Fontane, que le abrió a la gente los ojos para que apreciara las maravillas de sus paisajes. Hasta hoy. ▪