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El mito Wagner

Amado y odiado, Richard Wagner es un verdadero innovador en la música. En 2013 se cumplen los 200 años de su nacimiento

13.03.2013
© picture-alliance/dpa

En su libro sobre “los grandes compositores”, el publicista musical estadounidense Harold C. Schonberg tituló el capítulo sobre Richard Wagner con el ostentoso nombre “El coloso alemán”. Si bien Schonberg escribió muchos comentarios negativos sobre el carácter del hipertrófico músico, el intimidante nombre de “coloso” se debe interpretar más bien como un cumplido. Richard Wagner, nacido en Leipzig en 1813 y fallecido en 1883, poseía algo de abrumador para sus contemporáneos y para generaciones posteriores, no sólo por su persona, sino también por su obra. Como en muy pocos otros compositores de la historia de la música, en él convergen la calidad y la cantidad de la producción artística. Wagner fascinó y fascina todavía hoy al mundo, parafraseando a Elias Canetti, por su multitud y poder. Quien alguna vez haya asistido en Bayreuth a la representación completa del “Anillo”, verá justificado el calificativo de “coloso alemán”.

Hay grandes compositores que ocupan un lugar destacado en los libros de historia sin haber aportado innovaciones formales, artísticas ni estéticas. Mozart fue probablemente uno de los más representativos, un perfeccionador y conservador, el prototípico del músico clásico. Richard Wagner, en cambio, es considerado un innovador por excelencia. Por eso fue no sólo amado, respetado y admirado, sino también no menos odiado, sobre todo por los conservadores. Sin embargo, hay que relativizar el calificativo de innovador y revolucionario. Toda novedad parte por definición de lo tradicional, y lleva consigo crítica y reacción. Con frecuencia, algo antiguo y singular constituye la base de algún modelo nuevo, que aporta el fundamento para una nueva tradición.

Carl Maria von Weber con su ópera “Eu­ryanthe” sustituyó el hasta entonces estereotipo de la ópera, basado en recitado y aria, por una estructura de composición integral. Wagner elevó esa idea a la condición de principio en su drama musical. Tanto de Weber como de otros compositores encontramos huellas musicales. Wagner plasmó a partir de esa repetición armónica-melódica, la cual él llamó “leitmotiv”, toda su tetralogía del “Anillo”. La idea de la “obra de arte total”, basada en la interacción entre música, pintura, teatro, danza, poesía e instrumentación, es el impulso real del género de la ópera desde su creación en el círculo de la orquesta de cámara florentina hacia el 1600. El drama musical de Wagner, sin embargo, ha llegado a ser algo así como la negación de la individualidad artística, la sintética fusión de diferentes formas de expresión en su obra, aunque ya en “Lohengrin” utiliza la dimensión colorista de la orquesta como principio de composición relevante en la mezcla de sonidos.

Quien se propone entender las tendencias musicales del siglo XX, su radical alejamiento de las tradicionales normas de composición, en un intento de comprender “cómo empezó todo”, tendrá que remontarse a la obra y a las ideas artísticas del Praeceptor Musicae de Bayreuth. Con Richard Wagner se inicia en sentido enfático la “modernidad”. y resulta uno de los momentos más fascinantes de la historia de la música el poder definir ese albor en un único solo sonido: el acorde de Tristán.

Al mismo tiempo, la melodía y la armonía de Wagner, con un “Tristán” caracterizado ya como “trama”, y no como drama, teatro musical o incluso como ópera, se amplía hasta convertirse en una arte de transiciones y colores fluidos que llega a repercutir en la obra de Arnold Schönberg y en la ideas de composición de György Ligeti. Las hostilidades a las que se vieron expuestos tanto la obra como el compositor de “Tristán e Isolda”, la más estática de todas las óperas , que describe como ninguna otra los estados del alma de los protagonistas y devela capas del inconsciente, han dado paso a su revaloración como una de las más grandes óperas de la historia. La aversión que causó entre sus contemporáneos, como Clara Schumann, se justifica también por las dimensiones de la composición. Hasta “Tristán e Isolda”, no había existido una ópera de la magnitud, intensidad, complejidad armónica e instrumentación similar, con esa sensualidad, vigor mitológico e imaginación. Con esta ópera Wagner abrumó a sus contemporáneos, pero no así a los músicos que le sucedieron.

La desaparición de la armonía funcional europea se inicia con el acorde de Tristán Fa-Si-Re#. En un acorde, cuya tendencia es poco clara, que perturba el motor vital de los sonidos, de la que los expertos hasta el día de hoy no se ponen de acuerdo en si se refiere a un La menor o a un Fa# menor. Y no se sabe con certeza si el Sol# se podría interpretar como retardo del La, transformándose así en acorde de tercera cuarta o si trata de un sonido de doble nota sensible, un acorde atonal o –como expresó Schönberg– un “acorde vagabundo” que ponía en entredicho el sistema de la armonía tonal y constituye el primer paso hacia la emancipación de la disonancia: una transgresión armónica con efecto expresivo. August Everding opinó, no sin razón, que la apertura de este drama de Wagner –el acorde aparece por primera vez en el segundo compás de la introducción– marca el comienzo de la modernidad musical, al igual que “Las flores del mal” de Baudelaire marca el albor de la modernidad literaria.

De hecho, en el panorama musical mundial, Richard Wagner constituye un sofisticado monolito cuya creatividad abarca el espectáculo, la especulación e incluso la autodramatización. Por eso Wagner, al criticar la obra de su colega compositor y desinteresado mecenas Giacomo Meyerbeer como “efecto sin causa”, se combatió en cierta medida a sí mismo. Pero no sería justo juzgar la gigantesca obra de Wagner relativizándola con la actitud de los compositores de su entorno, por su antisemitismo, su egolatría o su exagerado sentido de misión, en otras palabras, por su contradictoria condición como persona.

El Festspielhaus de Bayreuth, que hasta hoy sigue reservado exclusivamente a la interpretación de la obra de Wagner, representa en sí mismo un enorme monolito de teatro musical. La confrontación de Wagner con las tendencias filosóficas y sociales de su época, con Bakunin y Nietzsche, o con Schopenhauer y la mitología alemana, sus polémicas tesis estéticas e ideológicas son parte inseparable de la historia intelectual europea. Aun más teniendo en cuenta que la compleja obra y personalidad de Wagner 
–que llegó a ser incluso irritante– sigue 
hasta hoy fomentando la reflexión y ha 
hecho crecer la literatura secundaria como en ningún otro compositor de la historia.

Por eso, cualquier persona que hable de Wagner, debe tener claro el hecho de que él, en el sentido de Helmuth Weinland, exegeta de Wagner, sólo podrá aportar notas marginales. ▪

El Prof. Dr. Wolfgang Sandner, experto en ­Wagner y prestigioso crítico musical, fue redactor del “Frankfurter All­gemeine Zeitung”, y es hasta hoy ­colaborador del periódico.