La historia europea también fluye
Los grandes ríos transfronterizos son los mejores embajadores de Europa.

György Konrád, el gran ensayista húngaro, confesó una vez que lo que más le gusta en Budapest es mirar el Danubio. Y no sin cierta nostalgia. “Los pueblos junto al mar son siempre cosmopolitas; pero nosotros, los bávaros, austriacos, húngaros y serbios, no tenemos mar”, lamenta Konrád. “Para nosotros, el Danubio es una promesa de mar. Por él podemos llegar a lejanas riberas, nos atraviesa y al mismo tiempo nos libera de nuestro encierro.”
El río como ventana al mundo. Es la mirada optimista sobre el Danubio por la que opta nuevamente Konrád. La otra, la pesimista, fue hasta no hace mucho triste realidad. “La primera víctima de la guerra es el puente”, dice Konrád. Pero la Guerra de los Balcanes es historia y al Danubio esperan ahora los desafíos del futuro. Ya no debe dividir, sino formar parte de una nueva cooperación europea. Para Konrád es una tarea en cuyo centro debe estar el río. “Quien respeta al río, respeta también a su prójimo.”
No es poco lo que se exige hoy de los ríos. No sólo el Danubio, sino también el Rin, el Mosela, el Elba y el Oder deben unir a los pueblos, hacer olvidar las fronteras y los pruritos nacionales, hacer florecer regiones con una vieja tradición cultural e impulsar el turismo. En estos confusos tiempos de la globalización y las identidades plurales, los ríos parecen ofrecer la orientación que se ha perdido en la vida cotidiana. Los ríos tienen un comienzo y un fin, quien no se aparta de su orilla no pierde el rumbo. Los caminos que andamos son más antiguos que nosotros mismos, al fin y al cabo el río se ha abierto su camino ya hace miles de años. Y no por último, los ríos ofrecen ese momento de recogimiento que tanto echamos de menos: miramos lo que fue y vemos lo que será, llenos de esperanza y con respeto. Viajar siguiendo las riberas de los ríos es una experiencia singular en el espacio y el tiempo.
¡Qué cambio de paradigma! Hace solo 30 años, los ríos eran solo hidrovías y alcantarillas. Con la industrialización de la producción comenzó también la industrialización de los ríos. Surgieron nuevos puertos, las ciudades y sus habitantes le dieron la espalda a los ríos. Solo de cuando en vez, cuando se desbordaban, se acordaban de ellos. El Rin como autopista acuática, el Bajo Elba como prolongación del Mar del Norte hasta Hamburgo, BASF y Hoechst en la cuenca Rin-Meno: de los paisajes culturales que los ríos otrora había creado no había quedado mucho, sobre todo en las aglomeraciones urbanas.
Y de pronto un milagro: viejos polígonos industriales abandonados son transformados en centros culturales, riberas se vuelven una atracción para las familias, junto al agua surgen nuevas urbanizaciones. Los seres humanos vuelven a acercarse a sus ríos. El redescubrimiento de los paisajes fluviales comenzó en Fráncfort, donde las riberas del Meno se transformaron en una “milla de la cultura”. En Hamburgo surge “Hafencity”, un nuevo barrio a orillas del Elba; en Düsseldorf, “Medienhafen”, un complejo de empresas mediáticas a orillas del Rin; Ulm vuelve nuevamente su rostro hacia el Danubio y ambas riberas del Óder son unidas por un paseo que lleva de Fráncfort del Óder, en Alemania, a Słubice, en Polonia. Y las riberas de los ríos ya no son dominadas por monumentos nacionales, como la estatua ecuestre del emperador Guillermo I en Deutsches Eck, sino por distendidos paseantes. El redescubrimiento de los ríos es también una historia de su civilización.
Los ríos transnacionales en Alemania tienen su propia historia. A través del Rin y el Óder, el Mosela y el Danubio nos acercamos a la historia de Alemania desde afuera, la vemos con los ojos de los otros, entramos en diálogo. Lo mismo vale para Francia, Polonia y Austria. Los grandes ríos que atraviesan fronteras son por ello también los mejores embajadores de Europa. Y son, lo que alegrará a György Konrád, el ensayista húngaro y europeo, un antídoto contra la creciente renacionalización del recuerdo en Europa.