Un centro alemán
De todas las ciudades alemanas, Kassel es, posiblemente, la desconocida más famosa. Descubramos la inapreciada belleza de la ciudad de la “documenta”.
Kassel ha hecho tanto ya para todo el mundo, que en realidad debería ser famosa. Pero, ¿quién se para a mirar el “made in” de locomotoras y vagones, de pasarelas y carros de equipaje, de ejes y trenes de alta velocidad? Kassel ha suministrado grandes cantidades de ellos a todo el mundo desde que un oficial campanero llamado Christian Carl Henschel construyera aquí lo que después sería el “dragón” sobre las vías del desarrollo en el siglo XIX. Un siglo y medio después, la locomotora número 33.333 de la saga Henschel ha partido de la ciudad, y eso que hace tiempo que tiene competencia también “made in Kassel”. Los chinos, por ejemplo, nunca se habían desplazado tan rápido por tierra como con el Transrapid, también fabricado en Kassel.
Sin duda, esta ciudad de 195.000 habitantes debería entusiasmar a ingenieros y descubridores, a artífices y medidores del cielo y la tierra o del tiempo, puesto que fue aquí, en este municipio documentado por primera vez en 913, donde se construyó el primer observatorio astronómico fijo de Europa. Fue en 1560, un siglo antes de Greenwich, aproximadamente, y se ubicó sobre el tejado de un palacio. Aquí, en Kassel, fue posible medir por primera vez el segundo de forma precisa. Aquí comenzó, en 1588, Jost Bürgi, procedente de Suiza, a construir engranajes planetarios y a idear algoritmos. Aquí presentó el inmigrante francés Denis Papin, frente al Ottoneum –el primer teatro fijo de Alemania que, por cierto, aún sigue en pie–, la primera bomba a presión de vapor con pistones, es decir, el paso decisivo, sin duda, hacia la máquina de vapor, que revolucionaría la industrialización de Europa. Aquí brillaron tan pronto y en tal cantidad las farolas en las calles, que impresionó al propio Goethe, el mayor crítico cultural de Alemania. Y, más tarde, enseñaría en la Universidad Politécnica de esta ciudad un tal Robert Wilhelm Bunsen. Y Rudolf Diesel presentó por primera vez, en 1897, a un gran círculo de expertos un nuevo motor, el motor diésel.
¿Y los amigos del absolutismo? Éstos también deberían admirar a Kassel, si es que tienen la tolerancia de dar cabida a otro lugar que no sea Versalles. Fue en 1713 cuando, tras cuatro años de trabajo del orfebre Johann Jakob Anthoni, se colocó la colosal estatua de cobre, de 8,25 metros de altura y cinco metros de perímetro a la altura del pecho, que representa a Hércules sobre la pirámide de un palacio, un enorme octógono que aún sigue coronando los antiquísimos árboles del parque de la montaña Wilhelmshöhe. De 1728 data el pomposo baño de mármol de la Orangerie, con el que el escultor francés Pierre Etienne Monnot aduló los anhelos higiénicos del landgrave Karl. Y en 1779 se finalizó el museo Fridericianum, el primer museo de acceso público del continente europeo –ni siquiera el Louvre existía por aquel entonces.
¿Permaneció la burguesía de Kassel con los brazos cruzados? La verdad es que no. Aquí nació, por ejemplo, en 1755, Dorothea Pierson, la que contara a los mundialmente famosos hermanos Grimm, nada menos que 30 cuentos populares, si bien éste no fue el único motivo de que los Grimm experimentaran su fase más productiva en Kassel. También se socializó en Kassel Philipp Scheidemann, quien declararía la república en Berlín en 1918. Y, al fin y al cabo, esta ciudad fue una de las candidatas consideradas para ser la capital política de la República Federal, que acabaría siendo Bonn. En 1948, un comité secreto de expertos financieros y juristas preparó aquí la introducción del marco alemán. Y en 1970 tuvo lugar en Kassel un legendario y delicado encuentro entre el canciller federal Willy Brandt y el primer ministro de la RDA, Willi Stoph.
Pero detengámonos aquí, puesto que la primera parte de esta breve historia fue también el motivo de la apertura de una brecha que durante décadas dificultó que Kassel volviera a levantar cabeza. Los monstruosos crímenes del fascismo repercutieron con especial fuerza en las ciudades que habían suministrado el parque móvil a la megalomanía nacionalsocialista. Y a Kassel, la ciudad de la maquinaria, la ciudad en la que las locomotoras se habían convertido en tanques y el pionero en aviación Fieseler en un productor de cohetes, le afectó como a pocas ciudades de Alemania. 40 bombardeos aliados, el mayor en octubre de 1943, arrasaron un 80 por ciento de la ciudad, inclusive toda la parte medieval. Y cuando se terminó y Kassel quedó en ruinas, se encontró además con que ya no ocupaba el centro de Alemania, sino que había sido relegada al borde, cerca de la frontera entre los “bloques”, tras la cual comenzaba el imperio del comunismo. Se había convertido en diáspora, en marginal, el extremo norte del Land de Hesse, en cuya parte sur se hablaba de la “Siberia de Hesse” en referencia a Kassel.
La época tras la II Guerra Mundial destruyó la autoestima de Kassel durante décadas. Y durante mucho tiempo desapareció de la conciencia externa e interna la interesante obra de arte de historia destruida, obstinación, anhelo y esperanza que seguía constituyendo, a pesar de todo, el conjunto de Kassel. Presentaba muchos defectos estéticos, que vistos de cerca no eran necesariamente defectos, sino testimonios, una interesante narración urbanística, una intrigante ambivalencia. ¿Hoy en día? A quien le gusten las formas suaves, las ondulaciones moderadas, puede considerar una alegría acercarse a Kassel, sea cual sea su rumbo, y contemplar primero sus delicadas montañas, los grandes bosques, no lúgubres, sino verdes. Y luego viene la entrada por las partes rudas, que siempre ponen algo melancólico, por su antigua historia industrial y comercial. Pero luego, al llegar al centro de la ciudad, viene la gran liberación: amplitud, aire, claridad sin atosigamiento. Nada de pompa, nada de excesos, nada de fanfarronerías. Y hay, además, muchos más testimonios de 1100 años de historia de lo que se ve a simple vista. No obstante, Kassel no es Heidelberg, no sirve sus atracciones en una bandeja de plata, ni es una encantadora Rothenburg ob der Tauber.
¿Por qué Kassel? Los políticos de Transportes harían referencia a que esta ciudad se halla desde hace dos décadas en pleno centro de Alemania, en un importante nudo de la red de autopistas, que antes tenía forma de “T“ y pronto la tendrá de “X”; y que con el AVE se llega a Fráncfort del Meno en el sur y a Hannover en el norte tan rápido como si tratara de un barrio periférico de una gran ciudad. Y en el Ayuntamiento se congratulan de contar con empresas internacionales como Wintershall o K+S y con la gran fábrica de Volkswagen a un paso, y de la menor tasa de paro de las últimas décadas, de un desarrollo sensacionalmente bueno de los ingresos fiscales por actividades económicas y, en especial, de la tendencia a que la ciudad se convierta en un centro para las tecnologías del futuro. Tendencia impulsada en buena parte por la universidad que tiene ya más de 20.000 estudiantes, pero también por la presencia, por ejemplo, de SMA Solar Technology, con una plantilla de 6000 empleados, y de un instituto de la Sociedad Fraunhofer, un centro de investigación de nanotecnología.
Parece, por lo tanto, que esta ciudad vuelve a contar con buenos cimientos, y esto repercute en la edificación cultural, que siempre se ha elevado con excelencia sobre Kassel, a veces tan alto, que dejaba de estar en relación con el resto. En noviembre de 2011se inauguró con una nueva estética la Neue Galerie, situada en Schöne Aussicht (bella vista) –lugar que hace honor a su nombre– y en la que la modernidad clásica, el impresionismo alemán y Joseph Beuys han recuperado su esplendor. La reapertura del Museo de los Hermanos Grimm en el Palacio Bellevue está prevista para enero de 2012. Desde 2002 se está construyendo un museo de historia de la industria. Y junto a la puerta de la Wilhelmshöher Allee –la arteria principal de la ciudad de seis kilómetros de largo en dirección al Hércules– se está modernizando la Biblioteca Murhardsche Bibliothek, con su valiosa colección de manuscritos. Más arriba, donde el barrio de Wilhelmshöhe recibe desde hace algunos años el nombre de Bad (baños) Wilhelmshöhe, se está puliendo con especial ahínco la joya de la corona de la ciudad. El Land de Hesse está invirtiendo por lo menos 200 millones de euros en el paisaje museístico de Kassel, que en el gran parque de montaña de 550 hectáreas constituye un paisaje cultural único en Europa.
El Palacio, que en su día fue domicilio de Jérôme Bonaparte y residencia de verano de emperadores germanos, acoge ahora una colección de obras de la Antigüedad y de maestros neerlandeses desde Rembrandt hasta Hals. En el castillo Löwenburg se expone el romanticismo caballeresco neogótico. Entremedias se hallan el templo de Mercurio y la ermita de Sócrates, el templo de Apolo y la gruta de Sibila, la Isla de las Rosas creada en 1790, el salón de baile construido en 1810 y el edificio de filigranas de cristal e hierro del invernadero que reluce aquí desde 1822. Cada verano se sigue cumpliendo el sueño del landgrave Karl –embelesado tras un viaje por Italia– de contemplar aquí un espectáculo “de agua”, puesta en movimiento a 550 metros sobre el nivel del mar, atravesando grutas y cuencas, cayendo por cascadas, recorriendo estanques y pasando por acueductos hasta culminar en una fuente de 52 metros de altura. Un juego acuático de finales del siglo XVIII en la que el agua se mueve sólo por medio de la fuerza de elevaciones y caídas.
A todo esto, esperan al menos los de Kassel, se le podrá un broche de oro en 2013, que otorgará a esta ciudad, en la parte montañosa del norte de Hesse, algo más de atención, incluso en las grandes metrópolis mundiales. Y es que en 2013 se espera que la UNESCO reconozca el grandioso entresuelo a los pies de Hércules como patrimonio de la Humanidad.
Si alguien dedicado al marketing leyera este retrato de su ciudad, estaría impaciente hace ya tiempo. ¿Qué hay de lo único que todos saben sobre Kassel? Para terminar, se puede mencionar oficialmente en nombre de este municipio que Kassel es: ¡la ciudad de la “documenta”! Cada cinco años desde 1955 y en 2012 por 13ª vez se celebra, justamente en Kassel, la exposición de arte contemporáneo más importante del mundo. Durante 100 días acudieron a ella la última vez 750.000 visitantes. 100 días de reflexión, pequeñas revoluciones y excelentes síntesis, retrospección y vanguardismo, debates y embelesamiento y asombro, la levedad del ser y el peso de complicadas ideas globales, justo aquí, todo reunido en este punto geográfico. 100 días durante los cuales esta ciudad, desde 1955, podía respirar profundamente la fresca brisa de la internacionalidad, hasta que después se acababa y suspiraba un poco con una sensación de abandono. Pero ahora cada vez es más patente que la “documenta” no es todo lo que Kassel tiene que decir sobre sí misma. Y no puede haber una mejor noticia para esta luminosa ciudad en medio de los grandes bosques alemanes.
Peter-Matthias Gaede es redactor jefe de la gran revista alemana de reportajes “GEO” y ganador del premio Egon Erwin Kisch. Gaede estudió en Kassel y reunió sus primeras experiencias como periodista en el estudio de Radiotelevisión de Hesse en Kassel, ciudad a la que sigue sintiéndose muy unido.