“Debatir sobre el camino correcto”
La Feria del Libro de Fráncfort es un lugar de la palabra libre: Heiko Maas, el ministro federal alemán de RR. EE., dijo en la inauguración que es necesario aceptar la disparidad de opiniones.
Permítanme dejar a un lado mi función de Ministro de Relaciones Exteriores durante los próximos 10 minutos y dirigirme a ustedes en un tono muy personal. Como uno de los 82 millones de ciudadanos y ciudadanas de este país. Como uno de los 5.000 millones de lectores que hay en el mundo. Y como alguien a quien le preocupa hacia dónde está evolucionando nuestra sociedad. Una sociedad que emplea cada vez más a menudo el calificativo “digital”. Hablamos de la “era digital”, de la “revolución digital”. Ciertamente hace tiempo que la digitalización se ha extendido a todos y cada uno de los ámbitos de nuestras vidas: la forma en que aprendemos y trabajamos, la forma en que leemos y nos comunicamos, la forma en que hacemos amistades, vivimos y nos relacionamos. Y, como cualquier transformación radical, cuestiona el viejo orden y nos obliga a encontrar uno nuevo. “Create your revolution” no es solo un llamamiento a la transformación, sino un llamamiento precisamente para crear ese nuevo orden.
Deseo de pertenencia
Y permítanme decir que el hecho de que Sus Altezas Reales estén sentadas en la primera fila de un evento que lleva escrito “Create your revolution” en mayúsculas en la pared da muestra de la modernidad de la Casa Real noruega. Sus Altezas Reales, ¡bien pueden otras majestades tomar ejemplo de ustedes!
La digitalización alberga grandes oportunidades en lo que a conocimiento, codecisión, transparencia y participación se refiere. Hace apenas un par de semanas me reuní en Sudán con jóvenes que salieron a la calle para protestar contra el régimen de Bashir. Sin el poder de las redes sociales, su revolución pacífica podría haber terminado en la calle o quizás incluso en la cárcel, pero no en los edificios gubernamentales de Jartum donde ahora se encuentran.
Entonces, ¿por qué cada vez más a menudo tenemos la sensación de que precisamente nosotros, los hijos de la revolución digital en las sociedades occidentales, al final seremos los primeros en ser devorados por ella? Considero que tiene que ver con las burbujas, que no presagian nada bueno no solo en el mercado de valores y el mercado inmobiliario. Son la cara oculta de la revolución digital. Los grandes cambios despiertan también el deseo de reafirmación y pertenencia. El deseo de límites, que siempre implican una cierta exclusión. El deseo de verdades absolutas. Y, pese a su nombre, las redes “sociales” también refuerzan esta tendencia. Y eso es así porque reducen realidades complejas a frases incompletas. Porque apenas dejan lugar para la ambigüedad y para las diferentes facetas de la vida. Y quienes se benefician de ello son aquellos que siempre tienen las respuestas más simples, más cortas y más rápidas a sabiendas de que el mundo exterior no se puede explicar en tuiteos de 280 caracteres.
Todos sabemos hasta dónde nos puede llevar esta evolución en el peor de los casos. ¿O por qué no nos sorprendemos al oír que los autores de los ataques de Utøya, Christchurch o Halle se radicalizaron en sus burbujas de Internet? ¿Por qué no nos sorprendemos al oír que buscaron en Internet la anhelada confirmación de su desprecio por la humanidad? Y que también la encontraron allí. ¿Y por qué no nos sorprendemos al oír que allí también encontraron las instrucciones con las que confeccionaron las armas usadas para convertir palabras crueles en actos de crueldad? Ya no basta simplemente con sentirse conmocionado, puesto que nuestro “Nunca más” suena cada vez más vacío tras cada nuevo ataque.
La literatura crea espacios libres
No cabe duda de que el terrorismo de derecha –de ello se habla ahora en nuestro país–, al igual que cualquier otra forma de terrorismo, debe ser combatido en primer lugar y con toda dureza por las autoridades judiciales y el Estado de Derecho. Durante mucho tiempo no nos dimos cuenta de ello. ¡Pero eso no es suficiente! Pues alguien como el autor del ataque de Halle no era solo agresor. También era vecino, compañero de trabajo, miembro de una familia, amigo y conocido. Y por tanto también formaba parte de esta sociedad, de nuestra sociedad. Y por eso nosotros, esta sociedad, compartimos una responsabilidad cada vez que tenemos que lamentar nuevas víctimas del racismo, el antisemitismo y la incitación al odio.
Ya es hora de que también nosotros levantemos la mirada de los móviles. De que la ampliemos en lugar de reducirla al tamaño de una pantalla. De que debatamos, nos contradigamos, hagamos uso del pensamiento lateral y también de que discutamos. De que salgamos de nuestra zona de confort donde hay consenso, pues tampoco es más que una burbuja. La Feria del Libro es un lugar adecuado para hablar de ello, por cuanto considero que ustedes, autoras y autores, editoras y editores, traductoras y traductores, desempeñan un papel decisivo para sacarnos de nuestras burbujas. La literatura no solo crea espacios de experiencia estética. También nos adentra en nuevos mundos y otros puntos de vista. En un mundo ávido de respuestas rápidas y sencillas, la fuerza calmada de la literatura nos ayuda a protegernos de reflejos autoritarios, de respuestas demasiado simples y del aislamiento.
La literatura, describió una vez Hinrich Schmidt-Henkel, quien por cierto ha traducido magníficamente numerosas obras noruegas, es la “voz del artista lingüístico que en su relato revela una visión muy determinada del mundo y adopta una postura clara”. Esa descripción encaja particularmente bien con la literatura noruega. Y es uno de los motivos por los que los libros noruegos tienen tantos lectores y lectoras en Alemania. Profundamente arraigados en la historia noruega y a menudo narrados desde un punto de vista radicalmente subjetivo, nos encaran con las personas que nos rodean, con sus destinos, sueños y miedos.
Aceptar posturas diferentes
Quien lea “Bergeners” de Tomas Espedal, no solo teme que la típica lluvia de Bergen le pueda caer en algún momento sobre la cabeza, sino que también ve a los habitantes de esa ciudad y prácticamente tiene que sumergirse en su universo de pensamientos. La lectura nos obliga a tomar parte. Y los libros noruegos no nos lo ahorran precisamente. Cuando nos hacen sentir el dolor de una familia que perdió a un hijo en la masacre de Utøya. O cuando nos sumergen profundamente en la vida de dos adolescentes musulmanes en Stovner, un barrio típico de inmigrantes en Oslo. Hasta tal punto que nos asaltan dudas sobre nuestra magnífica creencia en la igualdad de oportunidades y la cultura de bienvenida.
Leer también significa aceptar otras posturas diferentes a la de uno mismo. Y aceptarlas ni siquiera significa entenderlas. Significa permitir y experimentar la ambigüedad. Por muy paradójico que pueda sonar, leyendo salimos de la burbuja. Y por ello Toni Morrison tenía razón al afirmar que la lectura es un “valiente acto de rebeldía”. Y con ello volvemos a la revolución. Si la literatura es capaz de hacer estallar nuestras burbujas, la lectura se convierte en efecto en un acto revolucionario. Por ello el debate en torno a si fomentamos y cómo fomentamos la literatura, y con ella también a sus autores y traductores, no es un debate que se limita al ámbito de la pública cultural, sino que es una tarea central de la política social. Noruega confía en el poder de la literatura.
Cada noruego lee una impresionante media de 15 libros al año. Y Noruega es uno de los países que más fomenta la exportación de su literatura. He ahí otra de las razones por las que Noruega es una acertada elección como país invitado en la Feria del Libro de Fráncfort. Nos sirve como modelo a seguir e inspiración para garantizar que también se traduzca más literatura escrita en alemán. Erik Fosnes Hansen, antes de la Feria del Libro afirmó con toda la razón: “Sin traductores no habría literatura universal”. Y habría menos comprensión, porque para ello primero hay que poder entenderse y precisamente yo, como Ministro de Relaciones Exteriores, sé de lo que hablo.
La historia de la última revolución mediática muestra que la literatura es más que letras negras sobre papel blanco. Dio comienzo a tan solo unos kilómetros de aquí. En Maguncia, que se puede decir que fue el Silicon Valley de la Edad Media. Allí se inventó la imprenta en 1450. Sí, considero que hay similitudes. En aquel entonces la gente también tenía miedo. Miedo de que se abusara del nuevo medio. Miedo de que con él se pudiera manipular a la gente. Miedo de que el saber los hiciera rebeldes. Miedo a que sobreviniera el caos y los poderosos perdieran el control. Muchos de estos aspectos nos resultan de algún modo familiares. De la misma manera en que la imprenta revolucionó drásticamente el mundo, la digitalización revolucionará nuestro mundo.
Pero también es cierto que la Ilustración, la Reforma y el humanismo que hasta nuestros días influye o que al menos debería influir en nuestro modo de pensar serían inconcebibles de esta forma sin la imprenta. Se podría decir que esta invención reformateó al ser humano y nos catapultó de la Edad Media a la era moderna. La digitalización, pese a las dudas que alguna que otra persona pueda tener, nos brinda la oportunidad de cambiar nuestro mundo para mejor. La oportunidad de una Ilustración 2.0. El rumbo que tomen las sociedades no es fruto de la casualidad, sino que depende de nosotros. Los algoritmos también son creados por el hombre. Hasta hoy el comportamiento de una sociedad sigue siendo la suma del comportamiento de todos sus miembros.Por eso, ¡salgamos de la burbuja! ¡Debatamos sobre qué camino debemos tomar manteniendo un verdadero diálogo, no simplemente enfrentándonos! ¡Aceptemos la disparidad de opiniones! No solo eso, ¡atrevámonos incluso a potenciarla! ¡No hay nada censurable en tener diferentes puntos de vista! Y lo mismo es extensible a los compromisos.
Todo ello puede resultar extenuante, incómodo y molesto. Pero solo de esta forma se crea el espacio necesario para el debate. ¡Y solo de esta forma nuestra revolución seguirá siendo humana!
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