El arte panadero alemán
Silke Burmester se pregunta cómo rescatar la cultura del desayuno alemana
Por algún motivo, mi madre nunca me dejó salir de casa sin haber desayunado. Hacía como si fuese a desfallecer antes de haber sacado mi bicicleta del cobertizo o a sufrir un colapso como más tardar en el colegio, si bien llevaba al colegio pan y fruta como para tres. Más adelante, en mis primeras estancias en el extranjero, me llamó la atención lo negligente que es la gente con su bienestar en otros países. Veía a niños que eran enviados al colegio tras comer medio croissant; españoles por las tardes mojando porras en café. Todos sobrevivían el día sin venirse abajo. Incluso el niño inglés al que yo como au-pair le venía a dar un kilo de azúcar a la semana en forma de Cornflakes; estaba pálido, pero no enfermo.
En Alemania, el desayuno es la comida más importante del día. Y cuando nos levantamos por la mañana en un país extranjero, muchos de nosotros buscamos dónde puede haber escondido la gente el pan negro, gris o al menos integral, el embutido y el queso. Y cuando nos dicen que por las mañanas no comen esas cosas, y que, en todo caso, lo único que tienen es pan blanco y que con mermelada basta, entonces sabemos que ese día nos va a faltar algo. Por eso no es de extrañar que allí donde hay alemanes haya también una panadería alemana. Lugares que venden lo que deseamos para ponerle nuestro queso y embutido. Incluso en los países árabes hay tiendas y no son solo los “expatriotas” los que acuden a ellas. Y mientras el pan alemán va conquistando el mundo por esa vía, como en principio solo son capaces las cadenas de cafés estadounidenses o el cangrejo chino, a nosotros nos llegan costumbres a través de las cadenas de comida rápida internacionales que destruyen el gusto por el pan negro autóctono en las generaciones jóvenes. Hoy en día, la gente come una magdalena o un “bagel” para desayunar, o compran la variante portuguesa de un croissant con jamón y queso calentado en un mini horno. Lo de sentarse a la mesa ha pasado a la historia. Se come por el camino y a ser posible sobre la marcha.
¿Está la cultura alemana del desayuno condenada a morir? Al igual que ya solo las abuelas utilizan leche condensada, pronto solo los anticuados comerán pan por las mañanas. Pero no todo está perdido cuando un estadounidense descubre e interpreta a su manera el arte panadero alemán. Cuando el pan gris se hornea en porciones dentro de extraños moldes, después se le pone queso en forma de estrella y se vende en la cadena de cafeterías bajo el nombre de “Greysta” o “Mumpy”. Cuando Lady Gaga cuenta que no hay nada más rico para desayunar que un panecillo de semillas de amapola y un huevo cocido o fotografían a Robert Pattinson untándose una rebanada de pan negro por la mañana. De pronto vuelve a ser way desayunar a la alemana. Siempre y cuando, los chavales no se den cuenta de lo que están comiendo. No obstante, si se observan los cafés berlineses llenos de gente de todo el mundo comiendo pan y fiambre hasta primeras horas de la tarde, se puede creer que este cambio de tendencia ya haya empezado. ▪
Silke Burmester trabaja como periodista y docente en Hamburgo. Es columnista del periódico “Die tageszeitung” de Berlín y de “Spiegel online”. Además, escribe, entre otros, para el semanario “Die Zeit”.