Por qué los alemanes adoran la telebasura (en secreto)
Hay dos tipos de alemanes: están quienes admiten ver reality shows y quienes no lo admiten y, sin embargo, lo hacen. Porque, si bien solo un 11 % de las personas reconoce que le gusta ver estos formatos televisivos, los índices de audiencia dicen algo distinto. De este modo, el programa “Bauer sucht Frau”, donde un productor agropecuario rústico con botas de agua pide matrimonio a su amada acompañado de gruñidos de aprobación de cerdos, atrae a millones de personas frente al televisor. “Dschungelcamp” (la versión alemana del programa “Supervivientes”) es un evento nacional e, incluso, formatos como “Der Bachelor” (algo así como “Mujeres y Hombres y Viceversa”, pero con un solo soltero buscando pareja) o “Deutschland sucht den Superstar” (como “Operación Triunfo”) tienen sus grupos de seguidores. La telebasura derriba cualquier barrera cultural y atrae a todos: desde el fontanero hasta la profesora universitaria.
Es como la obra de Goethe a toda velocidad porque se tratan temas sumamente relevantes para la sociedad, como el amor, la traición, la venganza y todas las cucarachas que andan por ahí. “Der Bachelor” es romanticismo puro: mujeres con mucho maquillaje buscando que un guaperas con la profundidad intelectual de una camisa slim fit planchada se interese en ellas. En “Dschungelcamp”, se redefine el concepto de fama al permitirnos ver lo cercanos que son el éxito y la caída, por ejemplo, cuando observamos cómo alguien que supo ser famoso se ve obligado a comer insectos o ganarse el pan revolviendo en un cubo con vísceras.
Hay, incluso, científicos que se dedican a estudiar el fenómeno de los realities. Algunos afirman que el consumo contribuye al atontamiento de la sociedad. Un disparate. Se trata más bien de un estudio sociopsicológico: ¿hasta dónde pueden llegar las personas en su búsqueda de atención, dinero y seguidores de Instagram? Spoiler: muy lejos.
Lo que está claro es que los reality shows son tan reales como el entusiasmo por el regalo de Navidad de la abuela (por ejemplo, unos calcetines tejidos). Las “escenas dramáticas” siguen un guion, de manera que los diálogos suenan tan auténticos como en una obra de teatro escolar.
¿De dónde viene entonces la fascinación por la aventura alemana de la vergüenza ajena? Tal vez se deba a que encendemos el televisor para apagar nuestra cabeza. Necesitamos ese espectáculo variopinto porque nos traslada a un mundo con un nivel de locura, incluso, mayor al del nuestro.