Una vida en el exilio: Hannah Arendt y la huida del mal
Hannah Arendt fue una de las pensadoras políticas más importantes. Sus obras muestran lo importante que es defender la democracia y los derechos humanos.
En 1961, Hannah Arendt viajó de Nueva York a Jerusalén como reportera para documentar el juicio del criminal nazi Adolf Eichmann. En Beit Ha'am, un teatro convertido en tribunal con un escenario y gradas para espectadores, observó cómo el hombre delgado, con gafas y traje, entraba silenciosamente en la jaula de cristal desde la que iba a comparecer. Eichmann, en su día Obersturmbannführer de las SS, fue una de las figuras centrales del Holocausto y corresponsable del asesinato de seis millones de personas en Europa; el juicio contra él dio la vuelta al mundo. En una carta a su antiguo profesor y director de doctorado, Karl Jaspers, escribió: “Nunca me habría perdonado no haber ido”.
Una infancia a la sombra de la pérdida
Hannah Arendt, hija de judíos laicos nacida el 14 de octubre de 1906 en Hannover, creció en el seno de una familia culta. Su padre, ingeniero y erudito aficionado, poseía una biblioteca llena de clásicos griegos y latinos, mientras que su madre había estudiado francés y música en París. Cuando su padre cayó gravemente enfermo, la familia se trasladó a Königsberg, la ciudad natal de sus padres en lo que entonces era Prusia Oriental. Su padre murió en 1916. En sus esbozos autobiográficos, Hannah Arendt recuerda que a menudo se sentía abandonada en aquella época, incluso por su madre, que hacía largos viajes cuando estaba de luto y dejaba a Hannah con sus abuelos. Al mismo tiempo, la madre enseñó a su hija a defenderse: si se hacían comentarios antisemitas en clase, Hannah debía levantarse, salir del aula y contarlo todo en casa. Finalmente, Hannah Arendt empezó a estudiar Filosofía en 1924. “Tenía claro que quería estudiar Filosofía desde que cumplí 14 años”, dijo en una entrevista televisiva a mediados de los sesenta. “Era la necesidad de comprender”, el “pensar sin barandillas”, como ella lo llamaba. Estudió primero con Martin Heidegger en Marburgo y luego con Karl Jaspers en Heidelberg.
La conmoción de 1933 y el camino al exilio
La noche del 27 de febrero de 1933, un mes después de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller del Reich, el Reichstag de Berlín ardió en llamas, un incendio provocado que aprovechó el NSDAP. Con el decreto del incendio del Reichstag (Reichstagsbrandverordnung en alemán), suspendió derechos fundamentales y allanó el camino a la dictadura. “Lo que ocurrió después fue monstruoso. Fue un trauma inmediato para mí y a partir de ese momento me sentí responsable”, recuerda Hannah Arendt.
Ella misma fue detenida por la Gestapo en Berlín en el verano de 1933 por su compromiso con los perseguidos políticos. Sin embargo, escapó de la cárcel gracias a un oficial de las SS con el que trabó amistad durante los interrogatorios. Después huyó con su madre a través de la frontera verde a Checoslovaquia y luego a París.
Una vida en el exilio y la lucha contra el totalitarismo
En su exilio en París, Arendt dio conferencias sobre antisemitismo y trabajó para una organización que ayudaba a jóvenes judíos a huir a Palestina. Pero con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Francia también se volvió insegura. En 1941, Arendt huyó de nuevo, esta vez a Estados Unidos. “Estamos a salvo”, telegrafió a su exmarido, Günther Anders, que ya vivía en Nueva York. Junto con su segundo marido, Heinrich Blücher, y su madre, Hannah Arendt se instaló en un pequeño piso en Manhattan y comenzó una carrera como comentarista y editora. Su obra “Los orígenes del totalitarismo”, publicada en 1951, en la que señalaba los paralelismos entre el nacionalsocialismo y el estalinismo, la hizo famosa en todo el mundo.
El juicio a Eichmann y la banalidad del mal
Cuando Hannah Arendt llegó a Jerusalén en 1961 por encargo de la revista The New Yorker, esperaba encontrarse con un monstruo en la sala de juicios. Pero percibió al principal organizador del Holocausto de forma distinta a la esperada: “Lo inquietante de la persona de Eichmann era que era como muchos y que esos muchos no eran ni son ni perversos ni sádicos, sino horrible y terroríficamente normales”, escribió. Este análisis de la “banalidad del mal”, que publicó como libro en 1964, le valió duras críticas: algunos la acusaron de trivializar el Holocausto. Sin embargo, Arendt quería demostrar que el mal a menudo no es el resultado de una maldad extrema, sino de la incapacidad de pensar por uno mismo.
Hannah Arendt murió en Nueva York el 4 de diciembre de 1975. Su mensaje sigue siendo atemporal: todo el mundo está llamado a cuestionar las leyes y a defender la dignidad humana y la democracia. Hoy, la Iniciativa Hannah Arendt, que lleva su nombre, apoya a periodistas que están en peligro en todo el mundo en su importante labor. Esta red de organizaciones de la sociedad civil está financiada por el Ministerio alemán de Asuntos Exteriores.